Sublime,
como todo aquello que se hace con los parámetros del alma, penetrar en el
corazón de la Sagrada Familia, constituye, no cabe duda, un viaje místico de proporciones
tan desorbitadas, como la pasión de un hombre, Antonio Gaudí, cuya línea de
pensamiento, de manera simplificada, no era otra que la ejecución de las Leyes
de la Naturaleza, y por defecto, la aplicación de la Física de la Divinidad al
servicio de ese pequeño pero genuino microverso al que el hombre se aferra con
zarpazos de fiera, que es el Mundo del Espíritu. Hay quien sostiene, que el
Maestro Antonio Gaudí era un ferviente cristiano. Un cristiano convencido y
ortodoxo al uso, que aparentemente compartía todos y cada uno de los postulados
de una Santa Madre Iglesia –católica, apostólica y romana- que, en algunos
casos, compartía y financiaba -posiblemente, más capaz en su labor
mefistofélica de conseguir mecenazgos ajenos, que abrir sus propias arcas- unas
obras que, a pesar de la incomprensión de la época, ya medraban para ser
consideradas como Maestras en un futuro que, paradójicamente, reconoce su
genialidad, pero olvida el respeto que siempre mostró hacia el entorno. Un
respeto, que le llevaba, en todos los casos, a solidarizarse con él, de manera
que la acción humana se adecuara siempre antes de destruir. Por eso, y aunque
me lluevan críticas o me tachen simplemente de hereje -digo como en el hospital
de Roncesvalles, donde tanto cristianos como paganos tienen cabida-, no puedo
por menos que dejarme llevar por la sensación que tuve en el interior de este
inmenso corazón vital de la fe: la de haber penetrado en el mayor templo
artificial que haya visto en mi vida; un templo que imita, en grandiosidad y
perfección el mejor de los templos que el hombre, en su genética ceguera, no
termina nunca de reconocer: el de la Naturaleza. Frente a ello, sólo me puedo
hacer una pregunta vital: ¿cuál era, en definitiva, la verdadera devoción del
Maestro Gaudí?.
'Al lado de las fuentes manifiestamente personales, la fantasía creadora dispone también del espíritu primitivo, olvidado y sepultado desde hace mucho tiempo, con sus imágenes específicas, que se manifiestan en las mitologías de todos los pueblos y épocas. El conjunto de estas imágenes integra lo inconsciente colectivo, entregado in potentia a cada individuo por vía de la herencia'. (C.G. Jung)
viernes, 30 de diciembre de 2016
lunes, 19 de diciembre de 2016
Feliz Navidad
Aún no ha cumplido el primer año de vida, pero incluso así, desde estas sencillas páginas, quisiera felicitar estas fiestas a todos aquellos lectores y visitantes y brindar porque el Nuevo Año sea un periodo de ricas actividades culturales, cuyos lazos, quizás mejor que otros, sirvan para unir y nunca para separar. Que el Arte, pues, nos ofrezca la posibilidad no sólo con la contemplación de la Belleza y las rimas que ésta pueda producirnos en esa doncella encantada que se llama Sensibilidad, sino que también, por encima de ello, sea juez y parte en esa hermosa utopía que se llama Entendimiento y Amistad.
Feliz Navidad y Próspero y Artístico Año Nuevo 2017
miércoles, 14 de diciembre de 2016
Nuestras Señoras de León
Proceden de santuarios, ermitas e iglesias de pequeñas parroquias que se extienden por infinitos montes, valles y llanuras. Algunas, quizás las menos, pues incluso a veces la memoria se convierte en sinónimo de olvido, todavía conservan su antigua advocación. Pero la mayoría, ese pandemonio sacro que rompe y rasga con su sola presencia los velos isíacos del misterio y de la tradición, son indefectiblemente anónimas. Tampoco todas están en las mismas condiciones de conservación, pero en su mayoría, en especial aquellas que pertenecen a los siglos XII y XIII, conservan, cuando menos, un detalle en común: su sobrenatural hieratismo. Entre sus atributos, también salvo excepciones, portan un objeto que, al fin y al cabo, ofrece una singular pista sobre su milenario origen: la bola. La bola o esfera que define la esencia y a la vez la presencia, nunca eliminada del todo, de los primigenios cultos matriarcales a la figura de la Gran Diosa Madre. O a la Triple Diosa, posteriormente camuflada bajo la forma de las Tres Madres Celtas –que bien se pueden apreciar, por ejemplo, en el maravilloso friso del pórtico de la iglesia jacobea y sanmiguelina de Estella- o de las Tres Marías Cristianas, cuyos santuarios se encontraban cercanos entre sí, formando, por regla general, un signo púbico perfecto: el triángulo con el vértice invertido. Aquél símbolo primordial, al que en tiempos del sabio rey Salomón, se le añadió otro triángulo superpuesto, con el vértice hacia arriba, que simbolizaba el falo fecundador, asociado con la figura del Padre, que posteriormente heredaría esa bola o ese atributo primigenio de la Madre. O lo que hubiera sido un equilibrio perfecto, como perfecto fue el equilibrio entre los dioses y diosas del Panteón griego, antes de que el iracundo Zeus diera un golpe de estado, haciéndose con el mando supremo y con el poder. Revolución divina, que posteriormente ocurrió con el celoso en extremo Yahvé de los judíos –que se lo pregunten a Ashera (1)- y el Dios paternalista de los cristianos, con la figura de María, aunque lejos, evidentemente, de la idea del hyerosgamos o matrimonio sagrado.
Alguna de ellas, simplemente con su advocación, por ejemplo, de la Blanca o del Alba o de las Nieves, hacen que algún peregrino sagaz –con probabilidad, aquél que dentro de la vía de las estrellas, toma el peligroso camino de la Serpiente, que en el fondo, es el verdadero Camino de Santiago- piense en esos Montes Albos o en aquellos Montes Albanes, tan abundantes en los caminos y en cuyas inmediaciones, casual o causalmente, solía establecer posiciones una orden de caballería, religioso-militar, que sentía una más que ferviente devoción por aquélla figura, Nuestra Señora, cuyo término ya comenzara a acuñar San Bernardo, su padrino espiritual, hasta el punto de llegar a afirmar aquello de que con Ella empezó y con Ella terminaría su Religión: los caballeros templarios. En otras, anónimas, salvo una escueta nomenclatura, se vislumbran símbolos de heterodoxa trascendencia, como las serpientes -o esas wouivres celtas, que a la vez definían las cualidades telúricas del lugar- dibujadas en el manto; detalle, que posiblemente diera sentido y finalidad a esa tenaz y legendaria obstinación de algunas imágenes a ser trasladadas del lugar donde fueron encontradas.
Por otra parte, no deja de ser curiosa la tradición asociada a algunas de ellas, que ven en su tosca ejecución la mano apostólica de Lucas e incluso del propio Santiago Boanerges –o Hijo del Trueno, título que con anterioridad, ya ostentara Zeus-, personaje glorificado y elevado al patronazgo patrio después de su muerte en un país en el que, tal y como refiere de la Vorágine en su Leyenda Dorada, sus intentos de evangelización obtuvieron siempre un rotundo fracaso y donde, curiosamente, triunfaron otros héroes de la Antigüedad, como Hércules-Herakles.
(1) Tal vez de esta interesante y poco conocida divinidad femenina semita, sacara la idea el escritor inglés Sir Henry Rider-Haggard, para la creación de la diosa Ayesha o She, sobrenatural deidad protagonista de uno de sus ciclos narrativos más apasionantes.
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