'Dadme flores artificiales -gloria del metal y del esmalte-
que ni se marchitan ni se pudren, con formas que no envejecen.
Flores de jardines maravillosos, de otro mundo
donde moran Contemplaciones, Estilos y Saberes...'.
[Kavafis]
Aun considerando
la ingenuidad de la historia de la persecución y el martirio, como afirmaba José
María Azcárate (1), uno de los grandes teóricos españoles del arte en general y
del gótico en particular, no cabe duda de que el cenotafio de los Santos
Mártires de la iglesia-basilical de San Vicente, en Ávila capital, constituye
una pequeña obra maestra. No es la única, evidentemente, pero probablemente sí
una de las pocas que han llegado prácticamente indemnes hasta nuestros días,
con el aliciente de conservar, poco menos que inalterable, su hermosa
policromía original. Gracias a ello, posiblemente podamos observar –entre otros
muchos-, un detalle que, sin ser tampoco exclusivo o singular, no carece, sin
embargo, de cierta intencionalidad: el cabello y la barba dorada del Cristo in Maiestas, que domina, como Pantocrátor, uno de los laterales de un
cenotafio que, comparativamente hablando, semejaría a gran escala, esas casitas
de muñecas, miniaturistas y artesanales, que tanto éxito tuvieron hasta tiempos
relativamente modernos y que todavía, como visión retrospectiva o vintage, continúan generando ideas para
las fábricas de juguetes, auténticas espadas
de Damocles para un país que siempre destacó por sus magníficos gremios
artesanales.
Políticas y economías aparte –aunque no puedo evitar pensar en
ciertas comparaciones con el Grial, en
cuanto que da pero también quita la vida-, si bien la obra podría
calificarse de anónima en un principio, no obstante y en base a su estilo, hay
quien ve la mano del propio Fruchel –Magister,
posiblemente de origen franco al que se atribuye, cuando menos, la primera fase
de la cercana catedral-, o de algún discípulo de su taller. Tal vez eso
explique, en parte, la reseñada característica aria del Cristo –se me ocurre
pensar en aquél otro Cristo dos barbas
douradas, venerado por los peregrinos en la iglesia de Santa María de
Fisterra o su réplica en la catedral de Orense, que arribó a la Costa da Morte, allende los mares-, así
como la forma de la mandorla, una
auténtica Piscis Vesica con inequívoco
aspecto de concha marina –no olvidemos que Ávila es una ciudad peregrina y de
peregrinos y que incluso la propia basílica de San Vicente posee influencias compostelanas en su
estructura, como podría ser la portada bífora de poniente-, detalle mitológico
restituido en el Renacimiento por Bottichelli, en su famosa obra el Nacimiento de Venus. Enigmático podría
considerarse también, sin obviar, por supuesto, la probabilidad de adaptación al
espacio, la cuestión de la elección del artista del león y del buey –símbolos de
los Evangelistas Marcos y Lucas-, en detrimento del águila y del ángel o el
hombre, que representarían a Juan y Mateo, respectivamente. ¿Nos ofrece este
detalle alguna clave?. Es posible que sí, pero no ha lugar aquí para un debate
profundo sobre simbolismo, aunque sí para recordar que estas figuras del león y
del buey no son tan antagónicas como puedan parecer a priori y se localizan,
enfrentadas y con cierta profusión, en multitud de umbrales de templos
románicos, si bien es cierto que en ocasiones, se mezclan con los figuras
simbólicas de los otros dos evangelistas aquí supuestamente descartados. Otra
de las características, y quizás la imagen más encantadora y a la vez conocida,
es aquélla –localizada de manera puede que tampoco casual, en el frontispicio
contrario-, que muestra, aparte de la Adoración, el sueño de los Magos.
¿Ofrecería esta disposición, una clave: nacimiento-muerte-renacimiento?. Por
otra parte, la leyenda del martirio y descuartizamiento de los santos mártires
Vicente, Sabina y Cristeta nos ofrece también claves que, lejos de padecer de
ingenuidad, como afirma Azcárate, no sólo nos introducen en ritos y mitos
arcaicos, sino que además, nos proporcionan información sobre esa tremebunda
literalidad con la que la Iglesia católica politizaba y a la vez demonizaba los
antiguos lugares de culto pagano y por defecto, a sus practicantes.
Uno de los
ejemplos más aberrantes de cómo en ocasiones, el Arte puede ser un instrumento para fines
mediáticos y religiosos, lo encontraríamos en el cuadro realizado hacia el año
1622 por Juan Andrés Ricci de Guevara, expuesto actualmente en la catedral de
Cuenca, que muestra el martirio –o descuartizamiento- de San Serapio, tema y
nombre que por sus especiales connotaciones, se tocará más adelante. Aunque han
sobrevivido realmente pocos, todavía se puede afirmar que este tipo de
cenotafios fue, después de todo, bastante corriente, localizándose,
generalmente, en lugares de especial arraigo de culturas precristianas,
pudiéndose citar, como ejemplo, el mausoleo de Santa Mariña, en la iglesia del
pueblo orensano de Santa Mariña de Augas Santas, lugar de paso de un ramal del
Camino de Santiago, de antigua y fuerte presencia celta o el pequeño cenotafio
que todavía se conserva en la iglesia soriana de los Santos Mártires, en
Garray, situada a escasos metros de distancia de las ruinas de Numancia, donde
siempre se habían guardado las réplicas de las cabezas de los santos, hasta su
traslado a la parroquial de San Juan Bautista.
De cualquier manera, el
cenotafio de los Santos Mártires de la iglesia basilical de San Vicente, es una
obra digna de admirarse, que no deben perderse los amantes del Arte en general.
(1) José María Azcárate: 'Arte gótico en España', Ediciones Cátedra (Grupo Anaya), 5ª edición, Madrid, 2010, página 142.
Publicado en Steemit, el día 1 de abril de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/obras-maestras-el-cenotafio-de-los-santos-martires-de-la-basilica-de-san-vicente-de-avila