sábado, 14 de noviembre de 2020

Ensoñaciones Junguianas en el Parque del Retiro



Siempre que paso por ese rincón tan especial y recogido del Parque del Retiro, donde los madrileños rinden culto, entre otros muchos, a esos grandes maestros de la canción española, que fueron los hermanos Álvarez Quintero, no puedo evitar dejarme llevar por la ensoñación y recordar a aquél extraordinario mago del inconsciente colectivo, que fue el doctor C.G. Jung.



Al modo de la alegoría del Caballero y la Muerte, de aquél otro excelso, prolífico y melancólico grabador flamenco, Alberto Durero, el monumento en cuestión, románticamente hermoso donde los haya, reproduce, cual las fichas de un monumental tablero de ajedrez, a una dama y a un caballero.



La dama, apoyada en el alféizar de un balcón con inequívocos aires góticos, luce, además de ese divino tesoro que es siempre la juventud, la blanca pureza de un mármol, que sin ser originario de Ferrara, como los que utilizaba el excelso Miguel Ángel, se le aproxima lo suficiente, al menos como para disimular un parentesco cuando menos latino o si lo prefieren, mediterráneo.



El caballero, señorito y andaluz, despliega, fundido en negro, como su montura, el donjuanismo heredado de siglos de dominación de aquélla cultura mora, que entre geranios, alhelíes y flores de azahar levantó esos inolvidables poemas a la belleza y a la perfección, que son la Giralda de Sevilla y la Alhambra de Granada.



Él saluda, extendiendo el brazo hacia los cuartos traseros del caballo, con el sombrero de caporal remando al viento, imitando, quizás, a ese marinero en tierra de Rafael Alberti o a aquél otro de Antonio Machado, que soñaba con tener un jardín junto al mar y se metió a jardinero.



Ella, apoyada en el alféizar del gótico balcón, posa en él unos ojos, que de no haberlo impedido el artista que un día atrapó su alma en el frío corazón del mármol, hubieran sido tan hechizadores como los de aquéllas princesas moras, que según los rumores que todavía circulan por Al-Andalus, se convirtieron un día en fantasmas para no abandonar jamás los jardines de los palacios de los que un día fueron orgullosas dueñas y señoras



Sea porque así lo quiso el artista, cumpliendo con los mandamientos de las buenas costumbres o porque no puede haber paz donde no se ha encendido primero la llama de una guerra, la cuestión es que da la sensación de que ambos se desean, con la terrible paradoja de que nunca llegarán a acercarse lo suficiente.



Y en el fondo, yo no dejo de pensar, si entre ese ‘hola’ y ese ‘adiós’ –como diría en su momento, el cantante Joan Manuel Serrat- que los condena a mantener una prudencial distancia, no está resumido, a fin de cuentas, ese querer pero no poder, que enfrenta a esos dos amantes desquiciados –el complementario de Machado y la circunstancia de Ortega y Gasset- que nuestro buen doctor Jung, no menos poéticamente que los anteriores, denominó como ánima y ánimus.



AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.


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