Dentro
de ese ámbito de influencia de rareza y simbolismo con el que el Arte nos
sorprende en algunas ocasiones, independientemente de la época o el estilo que utilizara
el artista como vehículo de expresión, están los personajes que,
tradicionalmente y en cuanto a la imaginería cristiana se refiere, asistieron o
tuvieron relación con ese paradigmático ocaso
de los dioses, que supuso el Calvario, y por defecto, la posterior
Crucifixión de Cristo. También este tema –posiblemente uno de los más
importantes, que sin embargo, no deja de ser una adaptación de los antiguos
mitos del dios sacrificado- conllevó una evolución expresiva importante, si
bien a partir de determinados siglos mantuvo unas constantes que, a fuerza de
repetitividad, llegaron a convertirse en costumbre, hasta que en siglos
relativamente modernos, redujeron el protagonismo, a tres figuras esencialmente
determinantes: la figura mística del Cordero de Dios, es decir, Cristo; la figura de la
Madre –en los viejos cultos, ésta adquiría también el aspecto de una tríada, las Tres Marías- figurando en
ocasiones en ese lugar cuya mano se dice popularmente que Dios no tiene, como
es la izquierda y por último, un compungido y anacrónico Evangelista. Lo que
nos ofrece, sin embargo, este hermoso Calvario, situado en la capilla del
Evangelio de esa iglesia anónima que comentábamos en la entrada anterior por la
magnificencia de su retablo gótico del siglo XVI, es un detalle totalmente
inesperado, atípico y por supuesto, erróneo: la sustitución de la figura del
Evangelista, por la de San Juan Bautista, decapitado –como muestra una de las
escenas de la portada románica de la iglesia- mucho antes de la Crucifixión.
Es
muy posible que, en honor a la verdad, tal vez la figura original del
Evangelista se perdiera y fuera sustituida por la del Bautista, aunque, aun
así, no deja de ser un detalle tan suspicaz, como para que en otro tiempo una
hubiera sido considerado poco menos que una herejía. Sí es cierto, sin embargo,
que en algunas representaciones artísticas aparece la figura del Bautista; pero
desde el otro lado de la línea, desde la misma perspectiva de la Resurrección
de Cristo, una vez liberado el espíritu de la carga de la carne, como nos
demuestra el extraordinario retablo de Isenheim (1). Sospechosa así mismo, por
los colores del vestido que porta, es la figura femenina que, supuestamente
representativa de María, denota, en ese color dorado, precisamente uno de los
colores que, junto con el blanco, se otorgaban a una figura muy especial, que
suele estar arrodillada –cuando no abrazando- los pies del Crucificado: María
Magdalena.
El Cristo, por otra parte, es una magnífica talla, posiblemente
gótica, también del siglo XVI, que muestra, entre otras peculiaridades el
rostro transido y expirado después de la agonía. En definitiva y como diría el
filósofo francés Paul Elouard, hay otros
mundos, pero están en este.
(1) Sobre este tema, se recomienda la lectura del magnífico estudio de Joris-Karl Huysman, titulado 'Grünewald, el retablo de Isenheim'.
No hay comentarios:
Publicar un comentario