Otro
de los numerosos enigmas que hacen que la visita a este monasterio de Santa María
de Huerta se convierta en toda una aventura, no es otro que aquél que se
refiere a la supuesta historia de una curiosa imagen mariana medieval, cuya
advocación original, perdida para siempre en esos charcos insondables de la
historia donde posiblemente se perdieran también las aguas de las nieves de antaño a las que evocaba
ebrio de nostalgia el poeta François Villon, ha querido que en el futuro se la
asocie con un personaje relevante del siglo XII –el arzobispo de Toledo, don
Rodrigo Jiménez de Rada- y una batalla que fue crucial para las
reivindicaciones reconquistadoras de unos reinos cristianos en plena expansión,
una vez superada la espantosa derrota de Alarcos: la de los Tres Reyes, más
conocida, sin embargo, como la de las Navas de Tolosa. Viene a colación al
respecto, comentar, siquiera sea por la simpatía de forma, que ésta atribución,
dejada caer de manera hipotética por el marqués de Cerralbo, fue considerada
posteriormente con literalidad, de la misma manera que muchas fuentes
consideran como un hecho inconstatable que las iglesias de planta circular u
octogonal, constituyen un modelo inequívoco de arquitectura templaria, desde que en las postrimerías del siglo XIX
el gran arquitecto francés Viollet le Duc –restaurador, entre otros importantes
conjuntos medievales, de la catedral de Notre Dame de París-, dejara caer una
afirmación similar, seguramente inconsciente del revuelo que levantaría en el
futuro.
Esto no quiere decir, sin embargo, que ambas afirmaciones no pudieran
haber sido plausibles, siempre y cuando, claro está, se mantenga la oportuna cautela
de la duda mientras no se demuestre lo contrario. Dejando a un lado la réplica
de dicha imagen, que en la actualidad se puede ver en una de las alacenas del
claustro, es muy probable que la imagen original, custodiada en las
dependencias privadas monacales, pudiera haber sido concebida en origen, por su
tamaño y características –le falta la pieza trasera, utilizada, con toda
probabilidad, para el alojo de reliquias, como solía ser habitual-, como una imagen de campaña, fácil de transportar
y con la que poder oficiar misa antes de la entrada en combate. Bajo este punto
de vista, pudiera ser, que hubiera acompañado al arzobispo Jiménez de Rada en
tan importante contienda, siendo, como fue, uno de los principales artífices de
la misma. Pero se sabe, que hubo otro prelado que también tuvo cierto
protagonismo en la batalla: el obispo Martín de Finojosa. Curiosamente, ambos
personajes, están representados en las magníficas pinturas laterales del ábside
mayor de la iglesia, realizadas en 1580 por Bartolomé Matarana, pintor
manierista genovés, que estuvo especialmente activo en Cuenca y en Valencia. Y
en ambas representaciones –he aquí, tema añadido para la polémica-, se aprecia
la presencia estatuaria mariana, si bien, de manera significativamente
diferente.
En la parte izquierda, según estamos situados frente a la capilla
mayor, tenemos una sensacional imagen de Martín de Finojosa oficiando misa ante
las tropas. Unas tropas, cuyos primeros exponentes, sabemos que se correspondían
con las órdenes militares; caballeros que, en este caso, lucen una cruz roja en
sus cascos, detalle que puede ser incluso alegórico, no sólo de las referidas
órdenes militares –templarios, hospitalarios o santiaguistas, por citar a las
principales-, sino también del conjunto cruzado en general, pues no olvidemos,
que España fue el precedente de las Cruzadas. La figura mariana que se aprecia
en el altar, es una figura entronizada, que bien pudiera hacer referencia a la
imagen de la que estamos tratando o, en su defecto, a una imagen de similares
características, al uso de la época. Por el contrario, la escena de la derecha,
ya nos muestra un detalle cuando menos significativo: el arzobispo de Toledo,
Jiménez de Rada, cargando contra los musulmanes al frente de la vanguardia
cristiana. Lo curioso, es que el portaestandarte que cabalga inmediatamente detrás
de él, mantiene en alto una banderola de color encarnado en la que se aprecia a
una figura mariana, con el Niño en brazos, pero de pie, perdida ya esa
disposición hierática y de teothokos,
o trono de Dios, de la imagen que estamos
tratando, más parecida a la virgen gótica y también oculta en las dependencias
privadas del monasterio que, no obstante, se puede ver en los libros a la venta
que tratan de la historia de tan interesante cenobio.
A este respecto, conviene
mencionar, que en el monasterio burgalés de las Huelgas, aparte de otros
significativos recuerdos de tan celebérrima batalla, se conserva la figura de
una Virgen pequeñísima, de apenas 10 centímetros de altura, también denominada
de las Navas o del Tovar, que formaba parte del pomo de la silla de montar del
obispo Don Tello. Y otro dato significativo: no muy lejos del monasterio de
monjas cistercienses de Buenafuente del Sistal, y en el vecino término de
Cobeta, se localiza un curioso y aislado santuario mariano, de cuya titular, la
Virgen de Montesinos –de igual nombre que la cueva donde Don Quijote
protagonizó una de sus maravillosas aventuras-, se sabe que fue trasladada,
precisamente, al monasterio de Santa María de Huerta y de cuyo rastro, nada se
ha vuelto a saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario