'Los estudiosos del Arte han reconocido durante siglos que los maestros medievales recurrieron a los símbolos en sus obras. También reconocieron que nada aparece en sus pinturas, que no haya sido cuidadosamente puesto allí para transmitir un mensaje. La única controversia gira en torno a la cuestión de qué es realmente lo que aquellos artistas intentaron'.
[Margaret Starbird (1)]
Más de
dos mil años después de unos sucesos cada día más cuestionables pero a la vez
espeso mortero donde se asientan los fusionados cimientos de ese insólito,
misógino y anti-sobrenatural edificio que es la Iglesia católica, apostólica y
romana, su figura continúa no sólo desconcertando, sino también provocando una
amplia gama de hipotéticas y polémicas reflexiones, encaminadas a iluminar ese
otro lado del espejo que, como en la historia de Alicia, contiene un mundo
paralelo, en cuyo fondo subyace, posiblemente, una gran verdad, escamoteada a
los fieles mediante el conservador pase de verónica, acompañamiento de peinetas
y banderillas, previos al estoque final de la más depurada de las ortodoxias:
María Magdalena. No en vano tildada en más de un ámbito como segunda Eva, aunque más conocida,
quizás, por su apodo medieval de la bella
penitente o la hermosa llorona,
María Magdalena se nos revela no sólo como un extraordinario mito, sino además,
como uno de los personajes neo-testamentarios más carismáticos, relevantes y
misteriosos asociados con la figura de Jesús, el Cristo. De hecho, de la
cercanía de dicha asociación surge –dejando para mejor ocasión, sus hipotéticos
desposorios con Jesús y una no menos hipotética dinastía divina y real, una vez
arribada e instalada en Marsella, como refiere la leyenda dorada de Santiago de
la Vorágine-, omitido por los Evangelios canónigos, la siempre discutida figura
del discípulo amado y esa curiosa disociación, Magdalena-Juan –se dejan, así
mismo, para otra ocasión, aquellas versiones que ven en ellos los desposados en
el famoso episodio de las bodas de Canaá-, donde el Arte tiende a ser,
figurativa y casualmente hablando, ese auténtico generador de polémica y
controversia, hasta tal punto, que para justificar ese aspecto remarcadamente
femenino que acompaña una gran mayoría de representaciones del Evangelista, se
ha recurrido a la presunta juventud o lozana adolescencia del personaje en
cuestión. Recurso que, contemplado desde otra perspectiva, o desde luego, desde
un punto de vista notoriamente heterodoxo, no tendría otro leit motif, que el de enmascarar al más aventajado de los
discípulos; aquél cuya inteligencia estaba por encima del analfabetismo
característico del resto y que además, tuvo el privilegio de ser el primero en
ver al Maestro resucitado: María Magdalena. El problema, es que fue mujer. Y
posiblemente, con intención de que se viera este aspecto femenino, este yang
complementario y apenas sin disimulo alguno, es lo que el maestro anónimo quiso
dejar reflejado en este extraordinario retablo gótico que se localiza en una de
las catedrales más enigmáticas y a la vez más defenestradas de todas las
existentes en suelo peninsular: la de Cuenca. Un detalle, posiblemente muy bien
velado, si tenemos en cuenta que Cristo y el apostolado ocupan la parte
inferior y más pequeña, atrayendo menos la atención, sobre todo cuando en la
parte superior, y destacando por su inconmensurable tamaño, tres personajes
atraen poderosamente la atención, siendo el central, una Virgen ofreciéndole el
pecho al Niño, sin duda el más relevante de todos y el que concentra todas las
miradas. A los pies, diminutos en comparación, los presuntos donantes.
(1) Margaret Starbird: 'María Magdalena y el Santo Grial', licencia editorial para Círculo de Lectores por cortesía de Editorial Planeta, S.A., Barcelona, 2005, página 157.
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