Sublime,
como todo aquello que se hace con los parámetros del alma, penetrar en el
corazón de la Sagrada Familia, constituye, no cabe duda, un viaje místico de proporciones
tan desorbitadas, como la pasión de un hombre, Antonio Gaudí, cuya línea de
pensamiento, de manera simplificada, no era otra que la ejecución de las Leyes
de la Naturaleza, y por defecto, la aplicación de la Física de la Divinidad al
servicio de ese pequeño pero genuino microverso al que el hombre se aferra con
zarpazos de fiera, que es el Mundo del Espíritu. Hay quien sostiene, que el
Maestro Antonio Gaudí era un ferviente cristiano. Un cristiano convencido y
ortodoxo al uso, que aparentemente compartía todos y cada uno de los postulados
de una Santa Madre Iglesia –católica, apostólica y romana- que, en algunos
casos, compartía y financiaba -posiblemente, más capaz en su labor
mefistofélica de conseguir mecenazgos ajenos, que abrir sus propias arcas- unas
obras que, a pesar de la incomprensión de la época, ya medraban para ser
consideradas como Maestras en un futuro que, paradójicamente, reconoce su
genialidad, pero olvida el respeto que siempre mostró hacia el entorno. Un
respeto, que le llevaba, en todos los casos, a solidarizarse con él, de manera
que la acción humana se adecuara siempre antes de destruir. Por eso, y aunque
me lluevan críticas o me tachen simplemente de hereje -digo como en el hospital
de Roncesvalles, donde tanto cristianos como paganos tienen cabida-, no puedo
por menos que dejarme llevar por la sensación que tuve en el interior de este
inmenso corazón vital de la fe: la de haber penetrado en el mayor templo
artificial que haya visto en mi vida; un templo que imita, en grandiosidad y
perfección el mejor de los templos que el hombre, en su genética ceguera, no
termina nunca de reconocer: el de la Naturaleza. Frente a ello, sólo me puedo
hacer una pregunta vital: ¿cuál era, en definitiva, la verdadera devoción del
Maestro Gaudí?.
'Al lado de las fuentes manifiestamente personales, la fantasía creadora dispone también del espíritu primitivo, olvidado y sepultado desde hace mucho tiempo, con sus imágenes específicas, que se manifiestan en las mitologías de todos los pueblos y épocas. El conjunto de estas imágenes integra lo inconsciente colectivo, entregado in potentia a cada individuo por vía de la herencia'. (C.G. Jung)
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