viernes, 27 de enero de 2023

Las ocas sagradas del río Deva

 


Los ríos, metafórica y comparativamente hablando, son como las personas: desde su nacimiento, hasta el momento de su muerte -que se produce, cuando desembocan en el Nirvana del mar o, en su defecto, en el Purgatorio de otro río más grande- siempre tienen una historia que contar.



El transcurso de su vida, al igual que el transcurso de la vida de una persona, puede devenir en relatos de amor o de desengaño; de alegrías o de tristezas. Pero a diferencia de éstos, que pronto pierden esa herencia de magia y fantasía, la vida de los ríos, es también un culto a lo insólito, donde lo común, por regla general, tiende pronto a manifestarse en algo maravilloso, que te hace sentir algo especial, cuando expandes el espíritu y te dejas llevar por el encanto de esas aguas, que, como decía el gran poeta hindú, Rabindranath Tagore, son las que realmente pulen los guijarros con su música y su canción.



Muchas son, además, las criaturas, que, atraídas por su belleza y por la generosidad de la vida que se despliega a su paso, se instalan alegremente en sus riberas, no sólo para abrevar, nadar o proveerse de sustancioso alimento, sino también, para formar un hogar y de alguna manera, no menos épica y brillante, entrar a formar parte, además, de las leyendas y de las mitologías de los hombres.



Esto toma mayor carácter, sobre todo, en algunos ríos en particular, como el Deva -que nace en las sombrías cumbres de Fuente Dé, tiene como afluente al famoso río Cares asturiano y desemboca en el mar Cantábrico- y que, en su raíz etimológica, ya lleva implícita el nombre de la Diosa: aquella benigna Magna Mater, que era adorada, hace milenios, por aquellos de origen celta, que harían de la práctica totalidad de los rincones naturales, sus verdaderos templos.



Teniendo esto en cuenta, no ha de extrañar, en absoluto, que de las diferentes especies de palmípedas que acuden de muchas partes del mundo para aparearse en las riberas de este vergel paradisíaco, que son los Picos de Europa, nunca falte la presencia, sobre todo, de las ocas, animales muy ligados a los diferentes caminos de peregrinación y por defecto, considerados como los guardianes de éstos.



Poco o en realidad, nada importa, si tales caminos se dirigen hacia Compostela, a donde acuda el peregrino a venerar las santas reliquias del Apóstol Santiago el Mayor o se introducen por cualquiera de los numerosos laberintos que discurren entre valles y montañas, llevando a estos por sendas vertiginosas, dotadas de un encanto que enaltece y emborracha los sentidos, hasta el corazón mismo de la Liébana.



Es decir, hacia el corazón de ese pequeño paraíso montañés, en cuyo cenobio más importante, el de Santo Toribio -antiguamente, San Martín de Turienzo- se venera el mayor fragmento de la Vera Cruz, elemento martirial en el que fue crucificado Jesucristo y posteriormente recuperado para la Cristiandad, mediante un sueño profético, por Santa Helena, la que fuera madre del emperador Constantino, bajo cuyo reinado se instauró la religión católica, como religión oficial del Estado.



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miércoles, 25 de enero de 2023

Del Camino de Santiago en Madrid

 


Es difícil, para aquellos que llevan en sus venas la indómita chispa que les hace sentir, como decía Hesse, que todos los caminos conducen al hogar, no detenerse, precisamente, en este lugar y sentir una profunda nostalgia de aquel, que, para muchos, es el camino más mágico y trascendental que existe: el Camino de Santiago o Camino de las Estrellas.



Tampoco hay que extrañarse, que en el corazón de una de las más encantadoras arboledas que dan fama merecida a ese jardín de ensueños, que es el Parque del Retiro, de Madrid, además de rendir un cumplido homenaje a ese camino trascendental -que, a modo de anécdota, sirvió de experiencia creativa a escritores, como Paulo Coelho o a grandes actrices, como Shirley McLaine- se sientan, con mayor intensidad, aún, si cabe, esas misteriosas estrofas de un famoso poema de Antonio Machado, donde se le dice al caminante que hay en todo peregrino, que no hay camino, pues se hace camino al andar.



Detalle, por otra parte, que hace latir aceleradamente al corazón, sobre todo, cuando éste se siente completamente enaltecido frente a la sublime visión de sus símbolos trascendentales: la vieira, distintiva de todo peregrino y la fuerza que emana de los sólidos cruceros, con su típico Calvario en un lado y la mirada, dulce y compasiva de la Virgen, en el otro, los cuales han sido y siempre serán, símbolos de Luz en su Camino.



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viernes, 20 de enero de 2023

La unicidad de la belleza

 


No seré el primero que lo diga y, ciertamente, tampoco aspiro a ser el último, pero qué cierto es, que hay lugares en el mundo que dejan una profunda huella en esa mimética compañera que nos abandona todas las noches por ese reino de las tormentas, que son los sueños y cuyo nombre, formado por cuatro sencillas letras, es, sin embargo, todo un universo por descubrir: alma. El alma, posiblemente, sea aquello tan delicado, sensible y frágil, que nos permite hablar de las emociones de una manera espontánea e intuitiva, introduciéndonos, sin necesidad de presentación previa, en aquello que grandes escritores, como Valle-Inclán, definieron, en su momento, como los místicos caminos de Dios.

No ajenos, así mismo, a la percepción de la unicidad -tal y como este sabio, de luengas barbas blancas como la nieve y cristalinos incapaces de mitigar la fatiga de una vida dedicada al vicio de la lectura, definía, de paso, a la belleza- el misterio que envuelve siempre a un viejo claustro románico, atacados sus ilustradas galerías por la invicta luz del sol a mediodía, sobrecoge y a la vez, por paradójico que pueda parecer, proporciona una visión de beatífica armonía, ideal para proyectar el alma y sentirse uno solo, en el marco incomparable del conjunto.

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