Para aquel extraordinario filósofo griego, Platón, no era,
sino el amanecer, el momento más apropiado del día, para dedicarlo a
contemplación, a la reflexión y a la solución de problemas. Por eso, entre
otras razones, era una recomendación que iba especialmente dirigida a las
castas plenipotenciarias, lo que nos lleva a suponer, que en el mundo, después
de todo y vista su trayectoria, harían falta más filósofos y menos estadistas,
para que la humanidad, después de siglos de dejarse influenciar por la
oscuridad, aprendiera a valorar más el milagro de la luz, liberándose de esa
implacable presión, que, sobre su frágil conciencia, ha desatado siempre la
perversa influencia de la sombra. Pero claro, eso se enmarcaría dentro de los deseos
que miran con nostalgia, aunque no exentos de esperanzador optimismo, hacia las
fronteras imposibles, de algo tan maravilloso y a la vez, tan inalcanzable,
como es la Utopía.
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