Una
vez contuvieron los restos mortales de personajes relevantes del clero y la más
alta de las noblezas, los pormenores de cuyas vidas, no cabe duda de que
conforman biografías más o menos aderezadas en la esmaltada rigidez de los
libros de Historia, cuya lectura pueda resultar más o menos placentera. Pero lo
interesante aquí, no conlleva, en absoluto, la obligación de hacer un ensayo
pormenorizado de la vida de doña Mafalda, hija del rey Alfonso VIII; ni
hipotetizar sobre la irrelevancia de cómo empleaba su tiempo libre don Juan
Fernández, hijo de Alfonso IX de León; ni tampoco lanzar el guante de la
suspicacia acerca de las andanzas piadosas –cogito,
ergo sum- de los obispos de Castilla, como Gonzalo Vivero o el arcediano
Diego Arias Maldonado, sino de repasar, siquiera sea desde la perspectiva
complaciente de la admiración, la detallada hermosura y calidad artística de
los sarcófagos que los albergan. Tampoco, evidentemente, se trata de colocar al
observador en una disyuntiva morbosa, pues no hay nada que pueda aterrarnos
más, como criaturas prisioneras y temerosas del factor tiempo al que estamos
sometidos, que la idea de finito far
niente, que conlleva tratar un tema tan espinoso como es el de la muerte.
Lejos, pues, de alterar las mórbidas sensaciones anexas a ese agujero negro que
a todos nos espera en algún momento, se sugiere dar un oportuno rodeo, y
soslayar, lejos por el momento del alcance de la guadaña del Ángel Negro, parte del rico costumbrismo
que hizo de las sepulturas medievales un arte digno, cuando menos de estudio y admiración.
Posiblemente derivado de los grandes talleres burgaleses y palentinos, a
quienes los avatares de la Reconquista iba ofreciendo nuevas oportunidades, los
sepulcros que aquí se pueden admirar, contienen, por sí mismos, una parte
importante de la riqueza artística que se conserva en esta catedral de
Salamanca. Incluso algunos de ellos cuentan todavía, en su haber, con una parte
considerable de esa atractiva policromía con la que estaban dotados
originalmente. Delicados, así mismo, en los detalles de sus esculturas, nos
ofrecen no sólo una detallada exposición de las costumbres de la época, sino
además, un rico repertorio ilustrativo, de índole antropológico, cuyos ritos,
si bien se han ido modificando con el paso inexorable del tiempo, han sido pan del pueblo hasta tiempos
relativamente recientes. El caso más específico, y el que quizás llame más la
atención por su repetitividad así como por el, en ocasiones cómico dramatismo
que le acompaña, es el cortejo de magdalenas
o plañideras profesionales, que
describen a la perfección los ritos y costumbres de la época. Humanamente
relacionado, la heráldica no sólo nos refiere el ego sum de un estamento nobiliario que sigue aún vigente, sino que
además, acompañado de pompa y circunstancia, adapta las cualidades del difunto
al manierismo clásico, equiparándole, por derecho de nacimiento, con la imagen
primordial del héroe. Y evidentemente, con tal derecho, la temática incluye
también esa parte espiritual y neotestamentaria, que hace participar al difunto
de los episodios más relevantes, o cuando menos, de los más significativos,
basados en la historia y vida del héroe solar por antonomasia: el propio
Cristo. No es de extrañar, por tanto, que entre los numerosos modelos
recurrentes, se localicen algunos que, por insistencia, inducen a plantearse
bien una especialización determinada, una moda o quizás la inclusión de una
alusión a la inmortalidad o el renacimiento afín a los cánones de pensamiento
de la época. Sin duda, la escena que más se repite en estos magníficos
sepulcros, no es otra que la Adoración de los Magos. Una escena, desde luego,
cargada de simbolismo, y generalmente coronada por un símbolo universal, la estrella, cuyo
rico simbolismo oculta arquetipos, tales como guía, inmortalidad, renacimiento
que a la vez, podrían estar relacionados con el contenido simbólico de las
copas o jarras que los magos entregan al Niño. Otro de los temas recurrentes,
es el amortajamiento del difunto; y por encima de éste, la visión arquetípica
de los dos ángeles recogiendo su alma. Y como se observa, de forma gráfica y
explícita, no importan cuán viejo fuera el cuerpo destinado a la tierra: el
alma, eterna e indestructible, conserva siempre la apariencia y vitalidad de una persona joven. Otras veces, es el Calvario uno de los temas centrales del sepulcro,
donde, entre el grupo de espectadores, posiblemente también figure una
representación del finado, costumbre que tiene mucho que ver con la figura de
los donantes, quienes también aparecían en los cuadros que encargaban. Una de
tales representaciones, como ejemplo, podría ser el tríptico anónimo, que se
conserva y expone en el Museo Arqueológico de Madrid, titulado Tríptico de la
Pasión del caballero de Santiago.
En definitiva, podría decirse, que la
imaginería funeraria medieval es todo un mundo, artístico y arquetípico, digno
de descubrir. Y en ese sentido, una buena escuela, y una buena oportunidad de
introducirnos en él, lo constituyen, sin duda, estos magníficos exponentes que
se localizan en la catedral vieja de Salamanca.
Disponible también en Steemit: https://steemit.com/spanish/@juancar347/catedral-vieja-de-salamanca-imagineria-funeraria-medieval
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