jueves, 29 de septiembre de 2016

El Monasterio de Santa María de Huerta


Todo monasterio, aparte de constituir un completo conjunto que contiene en su diseño lo más granado de la matemática y la geometría, es, también, ese metafórico envase de óleo, cuyos aromas, aun al cabo de los siglos, embriagan los sentidos con efluvios de misterio y perfección. Evidentemente, el monasterio soriano de Santa María de Huerta, es uno de ellos. Y su historia, cuando menos en lo relativo a su génesis o principio, liberado el tapón del envase de óleo que la contiene, resulta marcadamente misteriosa. Tan misteriosa, que habría que remontarse a aquellos oscuros años de los siglos XI y XII, cuando a la opulenta soberanía de Cluny le salió –yo no me atrevería a decir que inesperadamente, pues todavía quedaban muchas ovejas ajenas al redil-, un doloroso y molesto orzuelo llamado Císter. Hablar del Císter obliga, en cierto modo, a hablar también de la que siempre se ha considerado su facción armada: la orden del Temple. Y al hacerlo, no se puede evitar comparar los paralelismos históricos que vinculan a ambas órdenes no sólo en su desarrollo, sino también en sus inicios, pues en ambas parece detectarse un fenómeno similar, quizás copiado de aquellos misioneros y navegantes que eran los monjes irlandeses, pues como ellos, tanto cistercienses como templarios comenzaron su azarosa vida en pequeños grupos, lo que no deja de ser, en el fondo, una cuestión tremendamente paradójica, pues cuesta pensar que de unos inicios tan modestos, pudieran surgir, aun con mayor o menor grado de conservación, obras tan perfectas e inconmensurables. Así, pues, se puede decir que este monasterio comenzó, gracias a la labor de un puñado de hombres, que sometidos por un sin fin de privaciones pero con fe, perseverancia y unos conocimientos sorprendentes para su época, levantaron algo digno de respeto y admiración. Si bien, sometido a numerosas remodelaciones que lo fueron adaptando al gusto predominante de determinadas épocas, todavía conserva una parte interesante de su primitiva fábrica. A ella pertenecen, sin duda, una cuidada y enigmática gama de marcas de cantería que, en conjunto, constituyen todo un apasionante enigma. O lugares no menos enigmáticos y poco conocidos por el público en general, como la capilla de la Magdalena. O personajes relevantes de la Historia –el arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada o Martín de Hinojosa-, así como apasionantes enigmas artísticos relacionados con episodios no menos importantes de esa Reconquista, como la famosa batalla de los Tres Reyes, más conocida como la batalla de las Navas de Tolosa, que constituyen todo un atractivo y apasionante viaje al misterio digno de descubrir. Y esa es, después de todo, la vertiente que iremos viendo a lo largo de las próximas entradas.


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