Todo monasterio, aparte de
constituir un completo conjunto que contiene en su diseño lo más granado de la
matemática y la geometría, es, también, ese metafórico envase de óleo, cuyos
aromas, aun al cabo de los siglos, embriagan los sentidos con efluvios de
misterio y perfección. Evidentemente, el monasterio soriano de Santa María de
Huerta, es uno de ellos. Y su historia, cuando menos en lo relativo a su
génesis o principio, liberado el tapón del envase de óleo que la contiene, resulta
marcadamente misteriosa. Tan misteriosa, que habría que remontarse a aquellos
oscuros años de los siglos XI y XII, cuando a la opulenta soberanía de Cluny le
salió –yo no me atrevería a decir que inesperadamente, pues todavía quedaban
muchas ovejas ajenas al redil-, un doloroso y molesto orzuelo llamado Císter.
Hablar del Císter obliga, en cierto modo, a hablar también de la que siempre se
ha considerado su facción armada: la orden del Temple. Y al hacerlo, no se
puede evitar comparar los paralelismos históricos que vinculan a ambas órdenes
no sólo en su desarrollo, sino también en sus inicios, pues en ambas parece
detectarse un fenómeno similar, quizás copiado de aquellos misioneros y navegantes
que eran los monjes irlandeses, pues como ellos, tanto cistercienses como
templarios comenzaron su azarosa vida en pequeños grupos, lo que no deja de
ser, en el fondo, una cuestión tremendamente paradójica, pues cuesta pensar que
de unos inicios tan modestos, pudieran surgir, aun con mayor o menor grado de
conservación, obras tan perfectas e inconmensurables. Así, pues, se puede decir
que este monasterio comenzó, gracias a la labor de un puñado de hombres, que
sometidos por un sin fin de privaciones pero con fe, perseverancia y unos
conocimientos sorprendentes para su época, levantaron algo digno de respeto y
admiración. Si bien, sometido a numerosas remodelaciones que lo fueron
adaptando al gusto predominante de determinadas épocas, todavía conserva una
parte interesante de su primitiva fábrica. A ella pertenecen, sin duda, una
cuidada y enigmática gama de marcas de cantería que, en conjunto, constituyen
todo un apasionante enigma. O lugares no menos enigmáticos y poco conocidos por
el público en general, como la capilla de la Magdalena. O personajes relevantes
de la Historia –el arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada o Martín de
Hinojosa-, así como apasionantes enigmas artísticos relacionados con episodios
no menos importantes de esa Reconquista, como la famosa batalla de los Tres Reyes, más conocida como la batalla de las Navas de Tolosa, que constituyen todo un
atractivo y apasionante viaje al misterio digno de descubrir. Y esa es, después
de todo, la vertiente que iremos viendo a lo largo de las próximas entradas.
'Al lado de las fuentes manifiestamente personales, la fantasía creadora dispone también del espíritu primitivo, olvidado y sepultado desde hace mucho tiempo, con sus imágenes específicas, que se manifiestan en las mitologías de todos los pueblos y épocas. El conjunto de estas imágenes integra lo inconsciente colectivo, entregado in potentia a cada individuo por vía de la herencia'. (C.G. Jung)
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