'Hubo una gran batalla en el cielo. El Dragón peleaba con el Arcángel Miguel: Miguel peleaba con él, y consiguió la victoria...'
[Apocalipsis]
La iglesia, prácticamente remodelada de arriba abajo, apenas llama la atención artísticamente hablando, aunque conserva, cuando menos, dos extraordinarios hitos patrimoniales, dignos de interés y admiración; evidentemente, cada uno en su ámbito de época y estilo: una soberbia portada románica y un espectacular retablo gótico. De la portada –que entre diversas escenas de interés y calidad, reproduce, aparentemente, el Pecado Original, la matanza de los inocentes (1) y el degollamiento de San Juan Bautista-, hablaremos en otra ocasión. En cuanto al tema central que relaciona las diferentes escenas del retablo principal, advertiremos, no obstante, por si alguien lo reconoce, que hay un tremendo error de interpretación en el cartel informativo situado en las proximidades del ábside, junto a lo que parece un resto de la galería románica original, sobre cuya superficie se aprecia un interesante alquerque: del siglo XVI y clasicista o no, como se le define también en el referido cartel, las escenas del retablo principal parecen no hacen referencia, en absoluto, a la vida de San Huberto, como se menciona –que por otra parte, es de lo más interesante también, simbólicamente hablando, siendo una de las representaciones artísticas más frecuentes, aquella escena en la que el ciervo perseguido se enfrenta a su acosador, mostrando un crucifijo entre la cornamenta-, sino que se refieren, de manera no inusual pero sí inesperada en cuanto a la temática –podríamos incluso llegar a pensar, que en tal sentido es único en su género, si nos atenemos al ámbito referido a la Comunidad y Tierra de Segovia-, a una famosa aparición acaecida en el año 490, así como a los milagros del santo personaje en cuestión, bajo cuya advocación se encuentra una iglesia que, por el momento, dejaremos convenientemente en el anonimato: San Miguel.
Anónimo, según parece, el génesis secuencial se desarrolla con ese sobrecogedor pasaje del Apocalipsis, que sirve como introducción a la presente entrada: la rebelión de Lucifer y sus ángeles caídos. Una escena sobrecogedora; posiblemente única así mismo, en la que el anónimo artista, hábilmente y lejos de la mediática ingravidez que caracteriza en muchas ocasiones a los retablos, dotó a esta escena de un sorprendente movimiento, en el que invita al espectador a contemplar, como si asistiera al pase de una película ralentizada, la transformación de los ángeles rebeldes en demonios. Pudiera darse el caso de que, posiblemente siendo contemporáneo, se hubiera basado en la visión sobrenatural que Milton describió en su Paraíso perdido, haciendo apología, de paso, de los considerados paganismos anteriores, pues como éste último daba a entender, esos ángeles caídos se levantaron de las lagunas estigias a donde les había llevado su rebelión para tentar al hombre y convertirse en sus dioses. La piel verde y el cuerno en la frente, nos recuerdan, a este respecto, antiguos mitos exorcizados por el Cristianismo, que incluso aparecen con frecuencia en uno de los estilos artísticos que más le caracteriza: el románico. Las escenas inferiores, no menos interesantes, describen, como se ha dicho, los sucesos legendarios acontecidos en el año 490 en Italia, en la que se considera como la primera de las apariciones de San Miguel en el monte Gargano, lugar que lleva el nombre de aquel noble que, persiguiendo al mejor de los toros de su rebaño –quizás de ahí la confusión con la leyenda de san Huberto-, vio como la flecha que disparaba al animal se volvía hacia él. No deja de ser curioso, que el arcángel guerrero eligiera una cueva situada en la cima de dicho monte, para establecer su santuario. Detalle que recuerda el tema de la Sibila y de hecho, las leyendas y tradiciones clásicas, también mantenidas durante la Edad Media –un buen ejemplo de literatura, en tal sentido, sería la obra de Antoine de La Salle, El Paraíso de la reina Sibila (2)– sobre esos misteriosos lugares de iniciación y entrada al inframundo, lo que nos lleva a suponer la existencia anterior de un lugar de culto precristiano. Describe, a continuación de la historia milagrosa del noble Gargano, otro de los milagros atribuidos a San Miguel, cuando desvió el curso de un arroyo que los paganos -¿los godos de Odoacro?. Precisamente, con la invasión de Roma comienza también una peculiar historia, como es la de san Lorenzo y el Santo Grial de San Juan de la Peña, en la actualidad custodiado en la catedral de Valencia-, pretendían utilizar para anegar a un pueblo que se negaba a sus pretensiones. Pero la escena, si refiere este episodio en realidad, es peculiar y extraña, porque, sentada en el arroyo, una mujer –recatada, al estilo de la decencia ortodoxa a la que se veían sometidos los artistas de la época-, da de mamar a un niño. Un niño cuyo rostro -¿será cuestión de interpretación?-, parece adulto: ¿el hombre mamando de la virtud y las aguas primordiales del bautismo?, ¿quizás una referencia al paso del Mar Rojo, donde la tradición judía supone que acompañó al pueblo elegido en su salida de Egipto?. Lo que es seguro, es que el personaje en cuestión, protegido por el arcángel, a quien se ve en un segundo plano, sosteniéndola por los hombros, carece del halo de santidad que lleva éste. Así mismo, las connotaciones paganas del toro son evidentes, máxime en un lugar como la Península Ibérica, la supervivencia de cuyos cultos ha llegado hasta hoy en forma de tradiciones y festejos populares, formando parte, además, de la leyenda dorada de Santiago. Precisamente, con éste y tres apóstoles más, se cierra, curiosamente, el ciclo pictórico de este sugestivo retablo. Santiago y Pedro, en la parte inferior derecha; Andrés y Juan el Bautista, en la izquierda. A éste respecto, y como colofón, mencionar –aunque lo veremos en una próxima entrada- el magnífico Cristo, pudiera ser que gótico también, de un Calvario que se encuentra en una capilla lateral, junto a la pila bautismal. Un Calvario curioso, puesto que las figuras que se encuentran a su pìe, a ambos lados de la Cruz, son, extraña y curiosamente, San Juan Bautista y…¿la Virgen o la Magdalena?. recordemos, que precisamente los colores por los que se distinguía en ésta época a María Magdalena, eran, precisamente, el blanco y el dorado.
En fin: Arte, Belleza y Misterio.
(1) Es de reseñar, en esta escena, el detalle -como ocurre, entre otras grandes representaciones románicas, como podría ser uno de los capiteles interiores de la iglesia del antiguo monasterio soriano de San Juan de Duero-, de la figura del demonio alentando la maldad en el corazón de Herodes.
(2) Ediciones Siruela, S.A., Madrid, 1987.