Fue anónimo, si bien en algunas
fuentes, y por afinidad, se especula con otro Maestro no menos notable, cuya
obra, así mismo, es mundialmente conocida: el de Tahull. Ahora bien, por el
contenido y los detalles que nos dejó, cuando menos en las obras supuestamente a
él o a su taller atribuidas, de las que tenemos referencia –Maderuelo, Gormaz y
Casillas de Berlanga-, podríamos pensar que este Maestro desconocido fue,
después de todo y esencialmente, uno de los precursores de aquellos brillantes Hyeronimus
Bosch, Rogier van der Weyden, Jan van Eyck o incluso el propio Doménico
Theotokopuli, el Greco, a los que el admirable Enrico Castelli (1) calificó
como de pintores-teólogos, caracterizándose
porque en sus obras se manifiestan detalles que en muchas ocasiones van más
allá de una interpretación meramente canónica, independientemente de que el Mal
y sus principales cualidades se manifiesten con mayor o menos grado de
relevancia o protagonismo. Si bien Maderuelo queda en la actualidad adscrita a
la Comunidad y Tierra de Segovia, hasta un pasado relativamente reciente, lo
estuvo bajo circunscripción soriana, tierra que, no hemos de olvidar, fue el
principal ámbito de actuación de este Maestro y su taller, siendo de reseñar,
en justicia, aquéllas dos espectaculares obras que, junto con la presente
ermita de la Vera Cruz, conformarían un maravilloso trío de belleza y perfección:
las ermitas de San Miguel de Gormaz y de San Baudelio de Berlanga. Cómo en
éstas, parte de la mediática idiosincrasia que la caracteriza y que, de hecho,
conforma también una magnífica lección de humildad que se debería tener en
cuenta hoy en día, sobre todo a la hora de valorar y premiar con estrellas el presumible valor aparente y estético del
edificio que las alberga, es su soberana –digo bien, soberana- austeridad. La
ermita de la Vera Cruz, situada extramuros de Maderuelo –pueblo que todavía
conserva buena parte de su antiguo aspecto medieval, a cuyo pie se mecen las
aguas del pantano de Linares, motivo por el que, allá por los años cincuenta se
extrajeron las pinturas, trasladándose al Museo del Prado, donde se hizo una
réplica de la capilla que las albergaba-, está datada, aproximadamente, a
comienzos del siglo XII. Una de sus características principales, es que
mantiene, en la forma cuadrada de su ábside o cabecera, el aspecto
característico de los edificios prerrománicos, que solían tener las
construcciones de siglos anteriores. Otro de los focos de interés que atrae la
atención de este lugar, es su aparente asociación con la Orden del Temple. De
hecho, se mantiene la creencia de que dicha advocación le viene, precisamente,
porque éstos velaban armas y custodiaban en su interior, una porción de la
Santa Cruz, como se sabe que hacían en muchos otros lugares de su posesión o a
ellos atribuidos, pues entre otras cosas y además de monjes y guerreros, los
templarios tenían fama de poseer un inusitado interés por las reliquias
sagradas, de las que llegaron a acumular una importante cantidad. Dicho esto,
no estaría de más añadir que hay quien especula, además, con la posibilidad de
que fueran precisamente ellos los que supervisaran o aconsejaran las temáticas
pictóricas a desarrollar en esta ermita.
Pudo haber sido así, o quizás no,
si tenemos en cuenta que esas temáticas eran corrientes en aquélla época y se
pueden apreciar en multitud de edificios religiosos, bien en forma plástica
bien en forma escultórica. Lo que sí es especulable y de ahí la comparación con
la denominación de pintor-teólogo con
la que Castelli bautizó a ciertos
artistas de siglos posteriores, es la consideración de ciertos detalles, cuya
interpretación afecta a los aspectos más sangrantes
y oscuros, propiamente dichos, de la historia del Cristianismo, sobre todo,
en relación a la mujer. No parece casual –y aquí se menciona por equivalencia,
antes de llegar a la escena que motiva la presente entrada-, la inclusión de
dos escenas sobre las que habría de girar, posteriormente, el drama principal
de lo podríamos denominar como la
mitología cristiana: la Creación de Adán y la Caída. No debe extrañarnos,
por tanto, que ambas representaciones ocupen un lugar relevante, porque sin
ellas –el Origen o Génesis del Mito-,
el resto de representaciones, basadas en el advenimiento, vida y muerte de
Jesús, no tendrían sentido. A éste respecto, sentido tiene, y mucho, la
presencia, a continuación, de las dos mujeres más importantes y populares del
Medievo; aquéllas dos, precisamente, que en la mentalidad popular –cierto que
también alentada por algunos sectores de la Iglesia-, vinieron a ocupar el
significativo papel de segunda Eva:
la Virgen María y María Magdalena. Dos visiones diferentes, pero que convergen
en el mismo fin: la pureza inmaculada y la
beata peccatrix o santa pecadora,
que por su amor a Cristo se había convertido, abandonando las tinieblas del
pecado para ascender al amor espiritual. Y es aquí donde interviene, en la
maravillosa escena de la Magdalena secando con sus cabellos los pies de Cristo,
las inquietudes teológicos del anónimo autor. Una escena, realmente curiosa, como
veremos a continuación, que parece ser que se produjo después de un episodio
sumamente relevante: las bodas de Caná. Aquí interviene parte de esa legendaria
mitología madalénica, que tanto nos continúa fascinando hoy en día, como en los
siglos XII y XIII, principalmente, fascinó a las sociedades medievales:
¿quiénes fueron, realmente, los esponsales?. ¿María Magdalena y san Juan
Evangelista, como dejara entrever el propio san Agustín o, por el contrario,
María Magdalena y Jesús?. Si observamos la escena con detenimiento,
observaremos un detalle realmente curioso que, lejos de ahuyentar las dudas,
las acrecienta: el ángel que se mantiene suspendido entre los dos, cuyos dedos
señalan a ambos personajes, como si fuera un sacerdote bendiciendo unas
nupcias. Pero hay algo más: ¿el gesto de la Magdalena, responde únicamente a la
humildad o por el contrario, demuestra un amor desmesurado?. ¿No sería, más
bien, el gesto inconmensurable de una mujer que está decididamente enamorada?.
Creo que éste es parte del mensaje que nos legó el anónimo Maestro de la Vera
Cruz. Pero, una vez picado el anzuelo morboso de la especulación, no puedo
terminar esta entrada, sin hacerme otra de esas preguntas del millón, que
posiblemente acreciente aún más la fascinación por los templarios: ¿es
casualidad que éstos, precisamente éstos y no otra orden similar, estuvieran en
el lugar?.
(1) Enrico Castelli: 'Lo demoníaco en Arte, su significado filosófico', Ediciones Siruela, S.A., Madrid, 2007.
Publicado en STEEMIT, el día 13 de marzo de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-de-la-vera-cruz-y-la-magdalena
Publicado en STEEMIT, el día 13 de marzo de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/el-maestro-de-la-vera-cruz-y-la-magdalena
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