De una forma surrealista, como ese lenguaje que utiliza el inconsciente para comunicarse a través del vehículo de los sueños, el arte gótico surgió en Occidente como un viento nuevo que habría de revolucionar los conceptos de la arquitectura espiritual que habían proliferado hasta entonces.
El máximo exponente de este súbito pandemonio de arte, simbolismo y lógica matemática –conceptos, entre otros, que para San Bernardo contenían la idea esencial de Dios- fueron las grandes y a la vez enigmáticas catedrales.
Siguiendo los patrones de la arquitectura mística y orientadas de una forma sublime hacia constelaciones de especial relevancia –si, por ejemplo, las pirámides de Gizeh estaban orientadas hacia la constelación de Orión, se ha comprobado que las catedrales francesas tenían su equivalencia en la constelación de Virgo, la Virgen- fueron, de una manera comparativa, el prozac que había de liberar la depresiva incertidumbre en la que estaba sumergido el espíritu medieval.
Utilizando el lenguaje de los pájaros –metáfora que no deja de ser una referencia al ya mencionado lenguaje que el inconsciente transmite a través de los sueños- los canteros medievales crearon verdaderos divanes de psicólogo –y continúo con las comparaciones- cuyos efectos actuaban directamente sobre la psique de los fieles, induciéndoles, en muchos casos, verdaderos estados alterados de conciencia, que actuaban como la mejor de las terapias.
Y en ese sentido, ninguna terapia mejor que la adecuada combinación de sonido, luz y color, que hacían de su interior un decorado universal de primera magnitud.
De sonido, porque eran auténticas cajas de resonancia; de luz, porque los fieles asistían, cada amanecer, al tránsito de unos rayos solares que iban despejando progresivamente las tinieblas –la eterna batalla de la Luz contra la Sombra- y de color, porque al filtrarse a través de los vidrios, especialmente tintados mediante desconocidas técnicas en modo alguno ajenas a la Alquimia, dotaban a nave, columnas, bóvedas y arquivoltas de una irisación tan especial, que brotaban chispas en el espíritu.
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